domingo, 14 de abril de 2013

Otitis e indolencia



Hortensia Alfonso Vega

Marianao, La Habana

Los altos funcionarios del gobierno cubano no se cansan de repetir que Cuba es una potencia médica. Sin embargo, para Ana, una joven de 36 años de edad, la salud, en la isla, es deficiente.
Sus insuficiencias las sufrió en carne propia al verse afectada por un dolor de oídos insoportable. Tal era su malestar que no tuvo otra alternativa que visitar a un médico, en el hospital cardenense Julio Aristegui Villamil.
Tuvo que esperar dos horas para ser atendida. En la puerta del local de consulta de otorrinolaringología había muchas personas, ansiosas por la demora ocasionada por la presencia de un solo médico especialista.
No obstante, la llegó su turno. El galeno después de examinarle la cavidad auditiva, le recetó unas gotas y un lavado de oídos a las 72 horas. Esto último debían realizárselo en la clínica asignada por el gobierno.
Para cumplir la prescripción del facultativo Ana se personó en el cuerpo de guardia de la institución correspondiente. La enfermera que la recibió le dijo sin rodeos: “Has sido mal informada. Aquí sólo se realizan lavados óticos cuando viene el especialista y eso fue ayer”.
Dicho esto, la asistente le orientó que sacara un turno para la próxima consulta. Debía esperar varios días.
La aquejada muchacha, con mucha pena, le expresó que no podía esperar debido al intenso dolor.
Para quitarse el problema de encima la enfermera la remitió para otra clínica, la Manuel fajardo.
Ana llegó exhausta a dicho centro de salud. Tuvo que caminar de un extremo a otro de la ciudad, pero valía la pena.
Allí no tuvo mejor suerte. Tras entrevistarse con el director de la entidad estatal recibió la mala noticia: “No podemos atenderla. Comprendo cómo se siente, pero no contamos con instrumental estéril en estos momentos. Además, no hay personal disponible para realizarle ese tratamiento. Venga mañana y ya veremos”.
Todo se le transformó en una pesadilla. No podía comprender cómo su problema de salud era tratado como si fuera un juego.
Miró a su alrededor. Dos enfermeras charlaban muy animadas, sentadas en un banco. Asimismo, observó que varios médicos se preparaban para salir a merendar.
¡Qué horror! exclamó Ana, quien se sintió maltratada y vejada, como si ella fuera un sucio e inservible trapo de cocina.
De regreso a casa recordó a una amiga de la infancia que también era enfermera y trabajaba en un círculo infantil. Se comunicó con ella y en su misma vivienda ésta le realizó el lavado de oídos. Sólo así pudo decirle adiós al insoportable dolor.
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