Hortensia Alfonso Vega
Marianao, La Habana
Los altos
funcionarios del gobierno cubano no se cansan de repetir que Cuba es una
potencia médica. Sin embargo, para Ana, una joven de 36 años de edad, la salud,
en la isla, es deficiente.
Sus insuficiencias
las sufrió en carne propia al verse afectada por un dolor de oídos
insoportable. Tal era su malestar que no tuvo otra alternativa que visitar a un
médico, en el hospital cardenense Julio Aristegui Villamil.
Tuvo que esperar
dos horas para ser atendida. En la puerta del local de consulta de
otorrinolaringología había muchas personas, ansiosas por la demora ocasionada
por la presencia de un solo médico especialista.
No obstante, la
llegó su turno. El galeno después de examinarle la cavidad auditiva, le recetó
unas gotas y un lavado de oídos a las 72 horas. Esto último debían realizárselo
en la clínica asignada por el gobierno.
Para cumplir la
prescripción del facultativo Ana se personó en el cuerpo de guardia de la
institución correspondiente. La enfermera que la recibió le dijo sin rodeos:
“Has sido mal informada. Aquí sólo se realizan lavados óticos cuando viene el
especialista y eso fue ayer”.
Dicho esto, la
asistente le orientó que sacara un turno para la próxima consulta. Debía
esperar varios días.
La aquejada
muchacha, con mucha pena, le expresó que no podía esperar debido al intenso
dolor.
Para quitarse el
problema de encima la enfermera la remitió para otra clínica, la Manuel
fajardo.
Ana llegó exhausta
a dicho centro de salud. Tuvo que caminar de un extremo a otro de la ciudad,
pero valía la pena.
Allí no tuvo mejor
suerte. Tras entrevistarse con el director de la entidad estatal recibió la
mala noticia: “No podemos atenderla. Comprendo cómo se siente, pero no contamos
con instrumental estéril en estos momentos. Además, no hay personal disponible
para realizarle ese tratamiento. Venga mañana y ya veremos”.
Todo se le
transformó en una pesadilla. No podía comprender cómo su problema de salud era
tratado como si fuera un juego.
Miró a su alrededor.
Dos enfermeras charlaban muy animadas, sentadas en un banco. Asimismo, observó
que varios médicos se preparaban para salir a merendar.
¡Qué horror!
exclamó Ana, quien se sintió maltratada y vejada, como si ella fuera un sucio e
inservible trapo de cocina.
De regreso a casa
recordó a una amiga de la infancia que también era enfermera y trabajaba en un
círculo infantil. Se comunicó con ella y en su misma vivienda ésta le realizó
el lavado de oídos. Sólo así pudo decirle adiós al insoportable dolor.
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