por Gesse Castelnau Jorrin
Centro Habana
El miedo es un extraño sentimiento que experimentamos todos los seres
humanos. Una chocante sensación que a veces nos hace temblar y nos paraliza.
Pero el mío lo controlo yo, siempre con la ayuda de Dios y de mi poderoso
Changó. Ellos fortalecen mi espíritu en los difíciles momentos en que mi
debilucho cuerpo flaquea y la mente se me oscurece.
Lo experimenté el día en que varios desconocidos secuestraron, en plena vía
pública, a mi hermano de crianza, Yuri, lo condujeron, en la noche, hacia un
lugar desconocido, -encapuchado-, y le quemaron la frente con un objeto
metálico caliente, el mismo día en que cumplía 34 años.
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Ese inoportuno adversario me persigue cada vez que voy a la iglesia de
Santa Rita, situada en la capitalina barriada de Miramar, donde la integrantes
del movimiento disidente Damas de Blanco oran por la libertad de nuestro
pueblo, en especial, por los presos políticos. Lo veo ahí, parado frente a mí
cuando informo al mundo las arbitrariedades que comete el gobierno contra
nuestro pueblo.
A pesar del miedo que experimento cada domingo en que estoy en Miramar, ese
histórico lugar que se hace inmenso con el aroma femenino de un universo criollo, no me
resisto a la tentación de tomar una cámara fotográfica y captar imágenes de
aquellas dignas mujeres cuando elevan sus desesperados ruegos a Dios y marchan
por la Quinta Avenida, con un gladiolo en la mano.
Ese gran amor que despiden ante el altar y ante, el Dios padre de
Jesucristo, -paraquienes profesamos la religión Yoruba, Olofi-, me auxilia en
la difícil batalla por controlar mi miedo.
Sí, porque el miedo se puede controlar. Una poderosa fuerza venida del más
allá, que supera las fuerzas humanas, nos ayudan en este empeño.
Ver a aquellas féminas transitar por las calles, vestidas de blanco, el
color de la pureza; mirarlas protestar, más que implorar, es avizorar el futuro
próspero de la patria, el cual se edifica con una dosis grande de sacrificios.
Nunca será en vano apoyarlas. Más bien es esa una misión obligatoria,
patriótica, imprescindible, que no pude abandonarse por el miedo.
Por eso tengo el miedo controlado. Lo guardo en uno de los bolsillos de mi
pantalón. No me deshago de él, pero lo controlo.
Es que no puedo renunciar al amor más sublime, el de la patria.
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