domingo, 14 de abril de 2013

Ángeles de libertad


Ángeles de libertad

Oscar Sánchez Madan

Cidra, Matanzas

Estaban allí cuando llegué. Rezaban el Padre Nuestro, en aquella hermosa iglesia de Santa Rita. Pedían a Dios la libertad de todos sus compatriotas encarcelados por motivos políticos. Lo hacían con la misma humildad con que el Cristo de Nazaret imploraba una y otra vez, la bendición del Padre que lo envió a la tierra a cumplir con la sagrada tarea de la evangelización.
Más que tiernas mujeres, eran ángeles venidos del cielo, dispuestos a pelear la buena batalla de la fe. Tenían un solo nombre: Damas de Blanco. O tal vez otro mucho más enaltecedor: Laura Pollán. Aunque siempre he preferido llamarlas como alguien las caracterizó una vez: Damas de Cuba.
Y es que ellas hacen posible que todos, en la isla, respiremos el aire divino, puro, de la solidaridad.
Al concluir su solemne comunión con Dios, salieron del templo, con la frente en alto, como si buscaran el rostro del Creador. Descendían la diminuta escalinata del santuario, de la misma manera que las aves surcan el espacio para embellecerlo con sus hermosos vuelos.
Iban vestidas de blanco, como cada domingo. Las escoltaban hombres de su mismo linaje, que conocían las tristes consecuencias de un violento Acto de Repudio organizado por los rabiosos agentes de la policía política. Seres que sufrieron, algunos de ellos, el  terrible confinamiento en las mazmorras de la dictadura, la misma que un día los separó de sus puras madres, hermanas, abuelas e hijas.
Vi a esos inmortales saludarlas, admirarlas, amarlas, tomar para la historia sus imágenes con pequeñas cámaras digitales. Éstos se les acercaban como si quisieran devorarlas, para alimentarse con su gigantesca dignidad. 
Con dulces sonrisas en los labios aquellos ángeles encarnados tomaron la ya histórica Quinta Avenida. Sus rostros contagiados de esperanza, no dejaron, ni por un instante, de iluminar la elegante barriada capitalina de Miramar, que también les sonreía.
En dos ordenadas filas aquellos apreciables querubines avanzaron con sus cubanísimos gladiolos en las manos. Marchaban silenciosamente. Se esforzaban por conseguir la libertad de aquellos hombres rectos, pulcros, de enorme estatura moral, a quienes gobernantes caprichosos e insensibles no dejaban ver el sol y el universo. Caminaban con la misma firmeza conque un fuerte gladiador se entregaba a la batalla en la antigua Roma.
Desde los vehículos que pasaban los pasajeros las saludaban. Les daban las gracias por su honrosa misión, casi imposible. Arrebatarle de las manos la pureza a los carceleros, nunca fue una tarea fácil. Por eso los transeúntes las acariciaban con sus fijas y esperanzadoras miradas.
Seguían vestidas de blanco. Proseguían la ceremoniosa marcha. Avanzaban cien, doscientos, trescientos… metros y la vida les cedía el paso. No había semáforo con luz roja para ellas, porque en su eterno viaje hacia el cielo infinito, irradiaban únicamente solidaridad, amor y paz.
Sin embargo, cuando más bellos eran sus rostros y más intensos los suspiros de la patria, que las animaba en su largo dificultoso andar, los agentes del desorden y la inseguridad, esos espíritus malignos que asechan, mutilan y matan, detuvieron su encantadora andanza y mancharon la historia de la nación con insultos y bramidos. Más, los exquisitos vestidos de mis ángeles no dejaron nunca de ser blancos.
No lo impidieron ni los autos patrulleros de la policía, ni los corpulentos autómatas del infierno. El color de la pureza es tan claro, que es imposible afrentarlo, sobre todo, cuando lo protegen verdaderos ángeles.
sanchesmadan61@yahoo.com

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