Gesse Castelnau Jorrin
Centro Habana
Indigna saber que el prisionero
político Ramón Alejandro Muñoz González, coordinador de la Fundación Afro
Cubana Independiente (FACI) lleva más de un año en prisión y han sido pocas las
personas que han alzado sus voces para exigir su libertad. Molesta conocer que
un patriota que jamás vaciló a la hora de protestar contra los abusos que
comete el gobierno -y que sufre la ciudadanía-, no ha recibido la necesaria
solidaridad de sus propios hermanos de lucha.
¿Será muy pesada la carga
impuesta por el régimen a la disidencia, que esta no ha tenido tiempo para
acordarse del compatriota, a quien efectivos militares golpearon y lanzaron
desde el techo de su propia vivienda, hacia la calle, el 18 de marzo, de 2012?
Este imperdonable olvido, sin
dudas, no ha sido voluntario, pero es obligatorio decir que como Ramón
Alejandro –“Cocorio”, como le llaman sus hermanos de lucha-, existen en las
horribles ergástulas castristas, otros presos políticos, cuyos nombres, no
cubren los espacios de muchos medios de prensa independientes. ¡Qué vergüenza!
Es necesario recordar cómo se
vive en una prisión. Que lo diga Ariel Sigler Amaya, ese humilde guajiro de
Pedro Betancourt, Matanzas, devenido en presidente del Movimiento Independiente
Opción Alternativa, en 1996, y más tarde en reo de conciencia. Al excarcelarlo
en el año 2010, exhibía un triste estado de invalidez, derivado de las
horribles condiciones de encarcelamiento.
Los huesos de reclusos
fracturados en penales como Agüica, Combinado de Guantánamo, Boniato, Ariza,
entre otras, deben estimular a la oposición interna a mostrar al mundo, pero
sobre todo al pueblo de Cuba, los rostros y nombres de cada uno de los
patriotas confinados.
Sí se puede hacer más por
Cocorio, por su esposa Sonia Garro Alfonso, esa digna dama de Cuba, herida con
una bala de goma, el mismo día que arrestaron a su compañero de la vida. Esta
negra, de pura cepa, ha extinguido en la cárcel la misma cantidad de años, que
su cónyuge Ramón. Este inició una huelga de hambre el 13 de marzo último y
hasta este ocho de abril no se sabía nada de él.
Indignémonos por el silencio que
ha habido sobre Ramón. Molestémonos por el mutismo involuntario y hasta
cómplice de quienes tienen el deber de hablar y denunciar su injusto y
arbitrario cautiverio. Protestar fue su delito. La solidaridad de sus hermanos
de causa y la libertad deberán ser su única recompensa.
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