jueves, 13 de junio de 2013

El viejo Ricardo



Oscar Sánchez Madan
Cidra, Matanzas
El gobierno de Cuba oculta el número de personas desamparadas que deambulan a diario por las calles de la isla, mugrientas y cubiertas de harapos. Las cámaras de la televisión estatal y las redacciones de la prensa plana y radial no emplean su tiempo en abordar este lamentable asunto. Muchas de ellas duermen, tanto de día como de noche, en portales de viviendas, bancos públicos, o donde los sorprenda el crepúsculo.
Nadie como Ricardo lo sabe, un señor de 71 años de edad, quien no tiene trabajo, ni familia, ni casa, por lo que camina por las calles de La Habana, en busca del sustento diario. Su objetivo principal son los tanques de basura, por eso le llaman “buzo”, como a los de su mismo linaje. Tal vez sea porque tiene una gran habilidad para rastrear entre los desperdicios y encontrar objetos de algún valor, que le sirve para beneficiarse de alguna manera.
Aquella tarde de mayo, cuando me lo encontré, en la avenida Belascoaín, estaba muy molesto. Me dijo que la policía lo había detenido, junto a otros mendigos -entre ellos, algunas mujeres- y conducido hacia un lugar, en las afueras de la capital, donde se hallaban arrestados, otros indigentes.
“Los muy desgraciados me quitaron un pantalón y un pulóver viejos, que aunque estaban un poco manchados, me servían para ponérmelos después de bañarme en el río, al terminar el trabajo”, explicó. Me los había encontrado en un tanque de basura situado en la calle San Miguel y los guardé porque los necesitaba”, argumentó con lágrimas en sus ojos.
Era Ricardo, delgado, alto y negro, como el azabache. Mientras hablaba, me miraba fijo a los ojos, señal de que decía la verdad.
“Mi vida no es fácil, periodista. Salgo a la calle lo mismo a las dos de la mañana, que a las tres de la tarde. Lo importante es “no chocar” con la policía y velar las casas donde se alojan turistas extranjeros, altos dirigentes o gente con mucho dinero. De ahí se botan muchos objetos que aún sirven hasta para vender”, me indicaba, siempre con las manos temblorosas, que movía hacia todos lados.
“A veces corro un gran peligro, durante las madrugadas, horario en que los jóvenes regresan de las fiestas y discotecas borrachos y hasta drogados. Cuando me ven que busco algo en un tanque de basura, como para distraerse y joder un poco, me insultan y lanzan piedras. Entonces, saco el cuchillo que llevo en la cintura. A veces corren, pero en la mayoría de las ocasiones se enfurecen y tengo que huir, porque si no, me matan a golpes”, sentenció el viejo Ricardo.
Según me dijo el pobre ancianito, en La Habana y en otras partes de la isla, hay muchas personas como él, que viven de los basureros y de la caridad pública. El gobierno se hace el que no los ve, aunque muchas veces, cuando viene alguna importante visita del extranjero los recoge a todos, durante varias horas y después los lanza de nuevo a las calles, para que se ganen la vida como puedan, o mueran solos. Así me lo confesó Ricardo, momentos antes de estrechar mi mano, invitarme a que escribiera su historia y marcharse.

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