jueves, 13 de junio de 2013

Círculo vicioso



Oscar Sánchez Madan
Cidra, Matanzas
En Cuba las indisciplinas sociales se han convertido en un depravado círculo, donde los problemas sin resolver giran alrededor de un eje, el gobierno. El mismo llama a la ciudadanía a respetar las elementales normas de convivencia. Pero sus reclamos caen al vacío. Comunicadores oficialistas proponen a la policía y a otras instituciones estatales, emplear medidas represivas contra los infractores de la ley y la moral, aunque no impiden que el número de éstos, se incremente.
No puede esperarse otra consecuencia en un país donde quienes dirigen, han enfrentado las dificultades casi siempre, con el dedo en el gatillo, o el garrote en la mano; donde el ciudadano común no siente respeto por las leyes, porque en muchos casos, son arbitrarias y en el que quienes les deben servir como patrones de conducta a seguir, es decir, los gobernantes, son los primeros en apropiarse de los recursos del pueblo y quebrantar las normas de convivencia.
Equipos de música a todo volumen, lanzamiento de basuras y escombros en sitios inadecuados, riñas callejeras, homicidios, ausencia de cortesía, desórdenes públicos, robo en viviendas y en instituciones estatales, prostitución, venta y consumo de drogas son algunos de los fenómenos que evidencian, no sólo falta de disciplina ciudadana, también una notable pérdida de valores espirituales que afecta a la sociedad en general.
Con lamentos y llamados no se encontrarán soluciones a estos graves problemas. Tampoco el incremento de los niveles de represión, ya bastante altos, contribuirá a remediar estas serias dificultades.
Un gobierno que se respete a sí mismo exigiría, en primer lugar, que sus propios funcionarios comiencen a respetar las leyes y las normas morales; les demandaría que renuncien a la ostentación, a la vida placentera alejada de la población humilde; los invitaría a ser ejemplo en el cumplimiento de las leyes y a que renuncien a beneficiar a familiares, amigos y a personas que pagan muy bien sus favores, con altas sumas de dinero.
No es muy difícil escuchar a numerosos ciudadanas y ciudadanos manifestar que les pagaron 400 ó 600 pesos de más, a un abogado para que lo “salvara” en un juicio. Es harto frecuente oír a personas decir que abonaron, por vía informal, 20 pesos convertibles (500 pesos, moneda nacional) a una funcionaria de Inmigración, para que le agilizara un trámite. La corrupción en las instituciones del Estado resulta indetenible y la gente pierde el respeto por la ley y por los gobernantes.
Hoy, aquellos dirigentes y funcionarios -incluidos policías- respetuosos, incorruptibles, amables, honestos, populares, no existen. Quedaron en las viejas páginas de un libro que ya nadie desea leer, porque lo que en él está escrito resultó ser pura fantasía. La “gloriosa Revolución de los humildes”, no fue más que un mito.
Valores espirituales como la bondad, la humildad, el patriotismo, la hermandad, no se pueden fomentar en niños, adolescentes y jóvenes, a quienes se les enseña que las personas que tienen una opinión diferente a la de los gobernantes, son mercenarios, gusanos, traidores a quienes hay que insultar, golpear y aislar. Un sistema educacional que promueve semejantes ideas está condenado al fracaso.
Lo que sembró el castrismo durante 54 años, es lo que hoy ha recogido: una juventud que desprecia la historia patria, mercantilista, cuyo Norte, no es el Sur, sino Estados Unidos, o cualquier otro país donde reine la democracia; unos trabajadores que no quieren dejarse engañar más, por su patrón único, el Estado, que le paga miserables salarios después que los explota; unos barrios –muchos de ellos marginales- donde los gritos histéricos de muchas personas, golpean los tímpanos y en la que la suciedad estremece.
Si se habla de indisciplina social hay que referirse a la incumplida promesa de los gobernantes de garantizarle a cada familia cubana una vivienda decorosa. Ofrecer un bien tan necesario y valioso al pueblo, para después engañarlo, no es sólo un acto de indisciplina y demagogia, sino que constituye, además, una gigantesca falta de respeto.
Quienes actúan de esa manera tienen muchos intereses, menos el de ayudar a la población. Como rufianes indecorosos que son, jamás liderarán, con éxito, un proyecto social tendiente a mejorar la vida de una nación. Por su permanente incompetencia, estarán rodeados, siempre, de millones de problemas que no podrán resolver y en vano, se lamentarán una y otra vez.

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