Shakira:
pasión, dolor y traición
Oscar
Sánchez Madan
Cidra,
Matanzas
Alain era su nombre,
aunque le llamaban Shakira, por su condición de travesti. Para él
la prisión no fue nunca un obstáculo que afectara sus relaciones
amorosas, -o más bien sexuales-, porque en ellas, de amor, había
poco. Los guardias del penal lo utilizaban como confidente y a
cambio, le permitían vivir, en el destacamento (galera) o en una
celda de “seguridad”, junto a su pareja.
Sus 24 años de edad, les
habían enseñado lo dura que era la vida de un homosexual en la Cuba
comunista. “Desde que me inicié en el ambiente no he cerrado las
piernas, pero tampoco la policía ha dejado de perseguirme”, solía
decir, al referirse al medio en que se desenvolvían los integrantes
de la comunidad LGTB (Lesbianas, Gays, Travesti, Bisexuales) y la
represión oficial de que eran víctimas. Tenía el muchacho un
complejo de inferioridad que alimentaba su egocentrismo.
La prisión Combinado del
Sur, en Matanzas, era entonces, su nueva residencia. El cubículo
(celda) donde dormía, junto a otros 11 presos, se mantenía siempre
muy limpio. Porque eso sí, a Shakira le gustaba mucho la higiene.
Cuando limpiaba derrochaba la poca agua que los militares les
suministraban a los confinados; por eso con frecuencia, discutía con
ellos.
Un buen día Alain le
contó a un recluso, que desde la temprana adolescencia, ya se sentía
mujer. Ese era, por aquel tiempo, su mayor secreto. Nadie debía
conocerlo, mucho menos su padre, que pertenecía a la secta abakuá,
cuyos integrantes no admitían en sus filas, a personas de la
comunidad LGTB.
Nunca se aterrorizó
tanto -le decía al prisionero-, como la noche en que su progenitor
lo sorprendió cuando besaba, como una prostituta desesperada, a su
“amante” Carlitos, el joven de 26 años, a quien entregaba el
dinero que le pagaban los turistas extranjeros, -sus clientes-, por
sus favores sexuales. “El viejo, nos vio en plena calle San Rafael,
(bulevar habanero). Al percibir el espectáculo, se irritó tanto
que, con inusual rapidez, sacó un cuchillo me marcó para toda la
vida. Aquí están las cicatrices” indicaba.
No logró comprender,
Alain, cómo era posible que su propio padre lo hubiese tratado como
a un enemigo, por el simple hecho de amar a alguien. Tampoco entendía
que muchos de los mejores amigos de su vida escolar, le hubiesen dado
la espalda. El muchacho odiaba con todas sus fuerzas a los
comunistas. Por su abuela materna sabía que fueron ellos quienes
desataron una feroz persecución contra los homosexuales, durante las
primeras décadas del denominado “Proceso Revolucionario”.
Ahora estaba Alain en una
horrible cárcel. Extinguía una sanción penal de un año de
privación de libertad, por supuesta vagancia habitual. No había
cometido delito alguno, pero lo arrestaron y le aplicaron una medida
de seguridad, por sus vínculos con turistas extranjeros.
Pero no le iba tan mal
como esperaba, los servicios que prestaba a los oficiales de la
Dirección Técnica de Investigaciones, le permitían “hacer el
amor”, cuando lo deseaba; visitar la posta médica, sin problema
alguno; adquirir doble ración durante el desayuno, el almuerzo y la
cena y llamar por teléfono a su madre, y a los enamorados que dejó
en la calle, quienes con sus conversaciones eróticas, más bien
prosaicas, lo divertían mucho y le hacían sentir placer.
Debía cuidarse Alain de
aquellos reclusos, a quienes había traicionado con sus informes a la
policía. Uno de ellos, El chino, que fue trasladado a la prisión
matancera de Agüica, al descubrirse cómo sobornaba a los gendarmes,
había dicho y reiterado, que “lo mataría como a un perro, por
chivato”. Este era un preso que fue condenado por asesinato.
Shakira gozaba con sus
“decenas de enamorados” en la prisión, aunque sabía que tarde o
temprano, bajo confinamiento, o en la calle, pagaría por haber
delatado al Chino, uno de sus más grandes amores de antaño. Sin
embargo, no quería pensar mucho en eso, por el momento. Él era el
travesti más reconocido de Centro Habana, al menos se lo creía.
Aunque había otros que también utilizaban ese seudónimo y eso lo
irritaba.
Más, Alain quería vivir
con pasión, el presente, aún dentro de la prisión, y gozar, hasta
tanto le llegara su hora. Si muchos hombres no lo habían
comprendido, incluso sus mejores amigos, ¿por qué tenía él que
serles fiel? Así pensaba aquel joven, a quien los militares del
penal, usaban como un viejo y oxidado instrumento, sin importarles lo
que sucediera con su vida.
En cierta ocasión,
cuando un preso, amigo del travesti, vio a un primo del Chino, llegar
a la prisión, junto a otros internos, -que fueron trasladados desde
la prisión de Agüica-, sólo se atrevió a exclamar, en voz baja:
¡Pobre Alain!
reportasincensuracuba.blogspot.com
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